Este es un extraordinario libro escrito por una extraordinaria comunidad de personas. Su presencia se volvió conocida para mí de manera gradual. Empecé a notar sus mesas, sus carteles, y sus ollas de sopa caliente y suministros de verduras nutritivas en las reuniones, las demostraciones y en las calles de la ciudad. Entonces, una noche, me invitaron a un lugar donde se reunían poetas, músicos y actores con conciencia social. Al lado de la habitación había un mostrador y una vez mas, el cartel de Comida no Bombas.
Esa vez, yo presté más atención que la acostumbrada porque reconocí al hombre detrás del mostrador: Eric Weinberger. Lo había conocido veinticinco años antes en el camino de Selma a Montgomery en Alabama, en la gran marcha por los derechos civiles de 1965, y nuevamente en marzo de 1977, esa vez con activistas antinucleares en la planta nuclear de Seabrook. Ahora habían pasado doce años, y colaboraba con el grupo de Comida, No Bombas. Entonces pensé que estos amigos de Comida, No Bombas estaban continuando la larga marcha del pueblo americano, moviéndose lenta pero inexorablemente hacia una sociedad más viable.
El mensaje de Comidas, no Bombas es simple y poderoso: Nadie debería pasar hambre en un mundo tan ricamente provisto de tierra, sol, e ingenio humano.
Ninguna consideración de dinero, ninguna demanda de ganancia, debería alzarse en el camino de cualquier niño hambriento o mal nutrido o adulto necesitado. Estas son las personas que no serán engañadas por las leyes del mercado que dice que sólo las personas que pueden permitirse el lujo de comprar algo pueden tenerlo.
Antes del reciente derrumbamiento de la Unión Soviética, era una política absurda e inmoral gastar centenares de billones de dólares cada año para apoyar un arsenal nuclear que, si se usara, provocaría el más grande genocidio en la historia humana y, si no, constituiría un robo enorme al pueblo americano. Hoy, sin la amenaza soviética, la política de gastar un billón de dólares durante los próximos años para mantener un arsenal nuclear, otras armas, y la red mundial de bases militares es aún más absurda. El eslogan Comida, No Bombas es aún ahora más reconocible como poseedor de un sentido común claro.
Este eslogan no requiere ningún análisis complicado. Esas tres palabras lo dicen todo. Ellas apuntan infaliblemente al doble desafío: alimentar inmediatamente a las personas que no tengan la comida adecuada, y reemplazar un sistema cuyas prioridades son el poder y las ganancias con otro que satisfaga las necesidades de todos los seres humanos.
Es raro encontrar un libro que combine la sabiduría de gran alcance con el consejo práctico, pero aquí tenemos un tesoro de consejo. Explica con detalles específicos cómo formar un grupo de Comida, No Bombas, cómo recolectar la comida, cómo prepararla (sí, recetas maravillosas) y cómo distribuirla.
Cada paso en este proceso se entrelaza con la advertencia de no permitir
líderes auto-elegidos o élites para tomar las decisiones
importantes. Las decisiones deben ser hechas democráticamente, con la mayor
participación posible, apuntando a alcanzar un acuerdo general. La
idea es profunda. Si queremos una sociedad justa, no necesitamos gritar,
sino demostrar cómo debe vivirse la vida. En verdad este libro es
verdaderamente nutritivo.
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